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Cuando en el año 98, al entonces candidato Hugo Chávez le preguntaban sobre su proyecto político, negaba de manera enfática cualquier intención de establecer el comunismo en Venezuela.

Catorce años más tarde, el hoy Jefe de Estado trabaja para la consolidación de un “Estado socialista” de carácter irreversible. Y aunque utiliza el término “socialista” y todavía no usa la palabra “comunista”, los distintos analistas insisten en que el comunismo es su meta.

Más allá de la discusión sobre el tipo de modelo que persigue el presidente Chávez, lo que es evidente es que pretende que el “socialismo” sea un sistema único y excluyente. Sin permiso para que en Venezuela pueda coexistir o gobernar una forma distinta de pensar y actuar.

A finales de la década de los 80, cuando la democracia contemporánea llegaba a 30 años de edad, los venezolanos apreciábamos un joven envejecido, que buscaba reinventarse para hallar la fórmula que detuviera su acelerado envejecimiento y le devolviera la juventud perdida. Los políticos de entonces comprendieron que el excesivo centralismo estaba matando al país y resultaba obligatorio aplicar reformas que permitieran acercar el Gobierno y las soluciones a la gente. Fue así como surgió la llamada descentralización, con la elección de gobernadores que, salvo en Caracas, ya no serían designados a dedo por el Presidente de turno. Se abrió así la puerta para que surgieran propuestas de gestión distintas a las ejecutadas por AD o COPEI.


Al margen de las consideraciones sobre las virtudes y fallas de ese experimento de descentralización, el país avanzó y ese avance también llegó al parlamento y a otras ramas del Estado.

Veinte años antes, Rafael Caldera se jactaba de haber alcanzado la “pacificación del país” con una serie de acuerdos que permitieron que aquellos venezolanos ganados a la violencia de la guerrilla se incorporaran a la vida política y dejaran las armas.

La realidad no era tan blanco y negro como nos la vendió la historia de esa época. Dentro del volcán, la lava esperaba su oportunidad para brotar y así lo hizo en el año 92, con la rebelión de Hugo Chávez y sus compañeros de armas.

Chávez se convirtió en héroe para muchos, hasta que a su salida de la cárcel en el 94 más de uno develó el proyecto comunista que encarnaba. Esa publicidad lo llevó al olvido y a jurar que era mentira que tuviera ideas comunistas.

En aquel entonces lo entrevisté más de una vez en tribunales o en la Fiscalía, porque siempre estaba sometido a alguna investigación. Yo laboraba en Televén y solía ser el único periodista en la “fuente” que le tomaba declaraciones, porque estaba vetado en Venevisión, Radio Caracas y VTV. Por eso puedo dar fe de que Chávez no generaba interés periodístico ni movía masas.

Consciente de su realidad, Hugo Chávez se dedicó a patear calle, como se dice en criollo, y a captar el interés de una mayoría que desconocía la fuerza que podía tener para provocar “una revolución política” con tan solo su voto: los pobres.

Lo cierto es que la evolución de una Venezuela que se atrevió a permitir formas distintas de pensar a la de los dirigentes de entonces, coadyuvaron a que Chávez sea Presidente.

Esa Venezuela estaba recogida en la Constitución del año 61 y se mantuvo, en buena medida, en la Carta Magna del 99. Una Venezuela en la que todas las formas de pensar eran aceptadas, si bien, es cierto, no necesariamente toleradas.

Hoy, Hugo Chávez pretende dejar de aceptar un pensamiento distinto al suyo y leyes en mano trabaja para dar soporte jurídico a vías de hecho: “Todo el que no se adapte al socialismo estará al margen de la ley y por ende proclive al castigo de la justicia”.

En pocas palabras a eso nos arriesgamos con el Estado socialista, único y excluyente. Como en Cuba sólo será tolerada una visión de la vida. Quizás, como en Cuba, durante algunos años eso le permitirá al chavismo conservar el poder.

Pero, nada es eterno, y llegará el día en que caiga el “muro de Berlín del chavismo”. El problema, además de los daños que tanto autoritarismo puedan haber provocado, es que seguramente se habrá sembrado tanto odio, que más de uno estará cobrando factura.
La pregunta es si habrá valido la pena.

El Estado socialista

José Vicente Antonetti / Globovisión

 

 


    

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